Franjas romboidales
Estas palabras son ante todo el eco de un diálogo entablado entre Teresa y yo. En la mesa, delante de un café, en un restaurante, en la escuela donde da clase, en mi casa, cuando yo vivía aún en Barcelona, o ahora por Internet. A él se han sumado Nuria Enguita Mayo y Salim Bayri. Y, por extensión, las exalumnas a las que ha invitado Teresa para que participen en la exposición.
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Alrededor de cada exposición hay lugares, personas, vínculos. Teresa busca la manera de incluir todos estos elementos en la exposición. La manera que ha encontrado es una suerte de hospitalidad, de invitación. Junto a sus trabajos textiles están los de las mujeres marroquíes que la inspiran (pero esta relación es mucho más que eso), los de las alumnas a las que ha enseñado (pero esta relación es mucho más que eso) y los de Salim, que es también mucho más que un artista invitado o un exalumno. ¿Mucho más por qué? Porque Teresa no renuncia a nada. Cuando una artista expone se espera de ella que se purifique, que deje fuera sus “influencias”, sus papeles múltiples (profesora, amiga). Teresa no lo hace. Ella invita. Invita a artistas, artesanos, estudiantes, palabras, objetos y técnicas para que se personen.
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Teresa me cuenta que saca fotos del valle del Ebro desde el tren. Me cuenta la historia política, la guerra. Mientras tanto yo me pregunto cuál es el instrumento que saca las fotos. ¿Una cámara o el tren? ¿O una mezcla de ambos? Ella los enlaza entre sí. El movimiento del tren, el chasquido de la cámara y la vuelta atrás en la historia.
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La intuición de la geometría. ¿Quién tuvo la intuición de que pudiera ser algo más que una sucesión de formas, de que esa regularidad formal pudiera tener influencia en el mundo?
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Al hilo de las conversaciones cobra forma el sueño de un mapa. Pero apenas he escrito esto desconfío de mis propias palabras. Reconstrucción retrospectiva inevitable. Pero, sobre todo, “cobra forma”. En realidad, no, o si acaso del modo en que los sueños tienen formas. Relacionar los elementos de una conversación. Nuestras dudas acerca de lo que significa la geografía. Salim, Teresa y yo, de distintas maneras, nos preguntamos qué significa un nombre de país. ¿Cómo nombrar los lugares que se relacionan entre sí cuando se prepara esta exposición? Marruecos, España, Cataluña, País Vasco…1 Una lista de nombres, una lista de trampas. ¿Hay algo peor que un mapa cuando naturaliza una serie de…? ¿De qué? ¿De entidades administrativas? ¿Hay alguna palabra para designar el lugar de algo como el contexto en el que unas personas, unas mujeres, crean alfombras, tejen motivos, geometrías? Nos parece inconcebible desconocer de dónde vienen estos objetos, quiénes son estas mujeres. Nos parece crucial decir que lo que hacen viene de otra parte, de una parte, que cambia considerablemente para nosotros cuando pensamos que ellas viven allí, que trabajan allí. Pero en cuanto hemos partido en esa dirección tenemos que retenernos, tenemos que frenar, para no orientalizar, para no caer en el exotismo, en la admiración hacia lo completamente distinto, incluso en una suerte de fascinación por la autenticidad preservada. Teresa recuerda varias veces su encuentro con una mujer que crea unos tapices magníficos pero cuyo sueño es estudiar química, o biología (me falla la memoria), para salir de su pueblo. No hay puntos fijos. Todo es evasivo. Adiós al rombo. Una cartografía, pues, de esos lugares que son meras contraseñas para abrir otros lugares. Puertas escondidas, como en los sueños y en los cuentos de castillos encantados.
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Adrian MacKenzie se pregunta si puede concebirse una ontología social que no se comporte como un control fronterizo.
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Hacer el mapa, no el calco. Estas palabras de Gilles Deleuze me acompañan desde que hago mapas, siempre con la sensación de que, en realidad, estoy sucumbiendo a los calcos. Los calcos son entidades de categorías distintas que se superponen sobre un fondo geográfico. Son elementos separables que confirman las delineaciones, las fronteras, y que las vuelven permanentes. Es una división estática. Hacer el mapa, no el calco, es una invitación a mirar el contenido del mapa mientras se hace, a no verlo como algo dado. Ver cómo cobra forma y se transforma. Un mapa que no se preocupa de un elemento sólo porque esté ahí, sino que se pregunta cómo mostrar ese elemento si no estuviera ahí y cuando ya no esté ahí. Mejor dicho, cómo ese elemento se distingue de repente, cómo accede a la condición de elemento “cartografiable”, cómo puede perder lo que lo distingue, cómo se desvanece en otra entidad que a su vez se vuelve “cartografiable”.
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La historia de los cartógrafos del ejército español enviados a Marruecos para trazar el mapa del desierto. Las trazas que habían podido hacer hasta entonces carecían de valor, ya que la arena movía las dunas. Apenas habían trazado un mapa cuando ya había caducado. Una expedición más. Al cabo de unos días la arena inutiliza sus instrumentos de medir. Hasta mirar en la luz del desierto se hace insoportable. Los aparatos y los ojos pierden su poder. Quedan sus guías, que conocen el movimiento de la arena, que se orientan. Entonces los cartógrafos y sus guías caminan marcando el paso. Y cuentan los pasos. De una referencia, que no distinguen, a otra. Un mapa hecho con los pies. Con todos sus contornos trazados por aquéllos a quienes se coloniza. Una marcha ciega con el murmullo interior del recuento de los pasos. Una cohorte progresiva que dibuja sin ver un espacio que se va escondiendo a su paso.
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Los hilos del tapiz, las arrugas de la cara, las líneas de la mano. Continuas. Punteadas.
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Teresa habla de las mujeres que ha conocido y de su piel rugosa, como ajada por el viento y la arena. Me dice: A lo mejor a ellas no les gusta nuestra piel tan lechosa.
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Un mapa que es como una máquina de coser que traza líneas con hilos de colores sobre el terreno movedizo de una conversación.
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(pp. 33, 206–207, 216–217, 236–237, 256)
Las imágenes representan un recorrido a través de textos, mensajes, notas e imágenes que intercambiaron Teresa y Nicolas. Los fragmentos de texto que aparecen están tomados de los escritos de Teresa, de un diario de Nicolas y de las imágenes de las obras de Teresa, así como de las fotografías que hizo Bert Flint de los trabajos de las tejedoras que despiertan el interés de Teresa. Son imágenes producidas gradualmente por un programa informático que poco a poco va tejiendo una red de relaciones entre estos elementos con arreglo a los colores que componen la imagen o la intensidad de los intercambios.
Nicolas Malevé
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