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El Contrato

Azkuna Zentroa, Bilbao.
2014-2015
Diseño: Filiep Tacq
Textos: Comisariada por Bulegoa z/b.
Exposición: El Contrato

Textos

  • Ellas, cigarreras - Teresa Lanceta

    ELLAS, CIGARRERAS

    En 1620 se abre la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, la primera en España. Dos siglos después una red de fábricas de tabacos se extiende por todo el territorio bajo la dirección de la Real Hacienda que se hace cargo, en régimen de monopolio, de la producción, distribución y venta de este producto, lo que incluye la vigilancia y el control de su cultivo e importación. Debido a la importancia de su producción y los beneficios que reporta a la hacienda española., el tabaco se convierte en un producto estanco hasta la privatización de la industria en 1999 a manos de Altadis; unos años más tarde, la Imperial Tobacco Company lanza una OPA haciéndose con la compañía y en poco tiempo empieza a desmantelar y cerrar las fábricas en España trasladando la maquinaria y la producción a Marruecos y al Este de Europa.

    En el corazón de esta historia tenemos que poner a muchos miles de mujeres ya que la industria del tabaco siempre estuvo sustentada por trabajadoras; mujeres que cumplían largas jornadas de trabajo y que, durante cuatro siglos, tuvieron un oficio artesano que necesitaba de su habilidad y experiencia. Liaban cigarros a destajo, sentadas alrededor de una mesa en grupo y, cuando la industrialización se impuso, pasaron a hacer cigarrillos al frente de las máquinas. Había muchas razones para contratar a mujeres, entre ellas, la destreza y la lealtad.

    Las mujeres no tenían acceso más que a determinados trabajos temporales, como las labores agrícolas o, mal pagados y con pocos derechos, como el servicio doméstico, en el que estaban sometidas a la arbitrariedad de los “señores” y a una paga mínima, mientras que en la fábrica, el salario era seguro aunque exiguo, lo que empujaba a los hombres a buscar algo mejor pero, a ellas, les garantizaba una estabilidad satisfactoria.

    No obstante, la gran fidelidad de las cigarreras a la fábrica se debía al entendimiento que, desde un principio, hubo entre la empresa y las mujeres. Se estableció un consenso tácito que lograba compatibilizar, en la medida de lo posible, los intereses de ambas partes buscando que las necesidades familiares de las trabajadoras fueran atendidas sin perjudicar las ganancias de la empresa.

    El deber del hombre hacia su familia siempre había consistido en contribuir a su sostén económico mientras que las mujeres además de cumplir con esa obligación, tenían hijos, los criaban, se encargaban de la comida, estaban al cuidado de la casa y de toda la familia.

    Mientras el trabajo fue manual, los acuerdos entre empresa y trabajadoras estaban basados en el día a día, las mujeres tenían una libertad casi ilimitada en los horarios y en las faltas de asistencia por asuntos familiares, llegándose a permitir a las madres que llevaran a los niños a la fábrica, inclusive a los recién nacidos. La empresa se protegía de cualquier menoscabo económico con el pago del trabajo a destajo lo que le servía, en contrapartida, para equilibrar los excedentes de producción; también se beneficiaba del aprendizaje que las mujeres se encargaban de dar a sus hijas para posibilitarles la continuidad en la fábrica. Estas chicas aprendían no solo a liar cigarros sino a resistir encerradas largas jornadas, a trabajar y a convivir con otras mujeres sin crear problemas y, desde luego, aprendían a obedecer los dictados de la empresa.

    Las prerrogativas, horarios, hijos y faltas no justificadas fueron restringiéndose llegando a desaparecer por completo con la industrialización aunque, hasta el cierre de las fábricas, mantuvieron el privilegio de amamantar a los bebés dos veces al día, bien dentro donde había una habitación específica para ello o bien disfrutando de una hora al día para hacerlo en el exterior.

     

    A lo largo de los cuatro siglos que las fábricas estuvieron operativas el sistema de trabajo fue evolucionando pero, con la industrialización, esa transformación se aceleró y finalmente se impuso. Las mujeres pasaron de ser cigarreras-artesanas a operarias de máquinas, lo que supuso un cambio radical del proceso de trabajo y la derogación de las prerrogativas adquiridas. Las trabajadoras se encontraron que la habilidad ejercitada día a día y su enorme afán de superación, es decir, su oficio se desdeñaba en pos del control de las máquinas que imponían un ritmo preciso, unos movimientos repetitivos, y, a la postre, la alienación. El aprendizaje sereno de las que habían aprendido junto a sus madres y a las maestras se transforma en una lucha con la máquina que era peligrosa y que desconocían el manejo, así que tuvieron que enseñarse unas a otras, como siempre habían hecho, pero esta vez a una velocidad de vértigo. La denominación de cigarreras siguió vigente para ellas, aunque no para la empresa que con el término fabricanta u operaria pensó que se diluirían las connotaciones históricas y los antecedentes reivindicativos que arrastraba la expresión de cigarreras.

    El término cigarreras daba nombre a un extenso colectivo de mujeres trabajadoras partícipes de una tradición y de una idiosincrasia más allá de la figura romántica que la literatura nos ha dejado. La tradición cigarrera se basa en la forja de fuertes personalidades a través del esfuerzo y en la conciencia de la propia idiosincrasia. Su trabajo ha supuesto una contribución esencial no solo para su entorno más próximo sino para toda la sociedad.

    Estas mujeres aún conservan unas grandes dotes narrativas y el desparpajo al hablar. Liar cigarrillos favorecía las conversaciones y los relatos. Escuchan a la vez que cuentan historias, sueños incluso desilusiones. Todo les hace ser buenas conversadoras, la convivencia estrecha, continua que se alarga en el tiempo hace que compartan experiencias, les permite ampliar su mundo y conocer la amistad. La fábrica se convierte en una plaza pública donde se dirime la reputación, el prestigio y, sobre todo, donde se defiende la existencia del yo y su coexistencia con el de las otras, éste es casi el único aspecto en el que se sienten cercanas a la Carmen de Biset, en otros discrepan totalmente. La Carmen es una mujer individualista, mientras ellas se sienten dentro de un colectivo social y familiar, solidarias, prestas a ayudar a las compañeras, generosas con su sueldo y su tiempo con muchas responsabilidades y obligaciones. Eran matriarcas cuyos jornales suponían un sustento imprescindible para la familia que, antiguamente, solía ser muy amplia. A pesar de todo esto tenían que soportar las críticas y envidias que corrían a su alrededor como que no cuidaban suficientemente a sus hijos, que abandonaban sus hogares, etc, por eso, con mucha sorna rebaten el mito: que los ojos brillantes de Carmen era porque el tabaco dilata los ojos hasta hacerlos enfermar, de hecho muchas quedaban ciegas, la navaja en la liga era para cortar la punta de los puros y las madejas, etc. etc.

    Ser cigarrera, más que un trabajo era un modo de vida, una cultura y una tradición. En pocos oficios, las mujeres han podido desarrollar un trabajo fabril que se haya extendido tanto en el tiempo y en el que se haya mantenido una consanguinidad tan constante y estrecha: trabajaban las abuelas, las hermanas, las madres y las hijas porque el trabajo se “heredaba”.

     

    Ejemplo de la importancia que las fábricas de tabaco tuvieron en las ciudades donde se instalaron por lo tanto muestra de la contribución de las mujeres tabaqueras en su desarrollo, valga un censo de finales del siglo XIX que se hizo en la fábrica de tabacos de la ciudad de Alicante. Cuando la ciudad tenía unos 23000 habitantes, esta fábrica tenía más de 3000 cigarreras, frente a un centenar de hombres, mozos y mecánicos. Este dato hace suponer que a la mayor parte de hogares le llegaba el sueldo de alguna de ellas y, que mor de su trabajo en la fábrica, la ciudad tuvo un florecimiento económico considerable: se amplió el puerto, se derribó la muralla y se construyeron barrios nuevos para albergar a las cigarreras tanto de la ciudad como a las que migraron de las poblaciones limítrofes. La repercusión económica y social de estas trabajadoras fue trascendental pero es un hecho que apenas se menciona y ha quedado en el olvido.

    Su contribución a la lucha obrera y, especialmente, su asociacionismo asistencial, fueron pioneros en España. Organizaron numerosas huelgas y plantes para mejorar las condiciones laborales y económicas incluso en alguna fábrica se llevó a cabo un motín ludita con la consiguiente destrucción de máquinas, hecho inusual en España. En las fábricas se hacían colectas para sufragar asuntos graves pero como, en algunas situaciones, resultaba totalmente insuficiente, en 1855 crean la Hermandad de Socorro que sufragan con sus sueldos y que les permite disponer de servicios sanitarios, afrontar los gastos ocasionados por fallecimiento y preveer un fondo para la vejez. La Hermandad de Socorro no dura mucho tiempo pero les sirve para aprender a organizarse y emprender reivindicaciones de mejoras sociales. Desde principios del siglo XX hasta la Guerra Civil, se crean agrupaciones de gran compromiso social, se abren Cajas de Pensiones en las que participan a través de cuotas, Cajas de Auxilio de asistencia médica y farmacéutica y cooperativas de consumo incluso, cuando aún no existía la prestación por jubilación, consiguen que la compañía mantuviera un taller de faenas auxiliares específico para mujeres mayores o con alguna incapacidad para que éstas pudieran seguir recibiendo alguna remuneración. Más tarde se agruparon en una federación común, una agrupación nacional fuertemente influenciada por los estatutos de la Unión Tabaquera de La Coruña de ideología izquierdista, en la Federación Tabaquera.

    El número considerablemente mayor de empleadas que de empleados ha propiciado unas condiciones y prerrogativas específicas que las han diferenciado de las de cualquier otra industria pero como los hombres se encargaban del mantenimiento de las máquinas y los talleres lo que implicaba una mayor categoría y salario, se producían continuos roces y malestar en el trabajo cotidiano. La coincidencia de sexos en el orden de mando también fomentó los desencuentros que no hubieran sido tan severos si la empresa no hubiera pautado con rigidez los roles a través del género.

    Si bien las operarias, mozos y mecánicos, tenían un fuerte arraigo al oficio y a la fábrica, los jefes, los ingenieros o los directores mandados desde la Dirección General de Tabacalera de Madrid, generalmente, eran trasladados de una a otra fábrica por lo que no se sentían especialmente vinculados a ninguna por las que pasaban. La deriva de intereses entre unos y otros ocasionaba una fractura insalvable. En la cúspide de la pirámide, los accionistas y la dirección de Madrid dependiente del Gobierno que actuaban bajo un interés particular no siempre compatible con el de los empleados de las fábricas como se vio a lo largo del tiempo y, sobre todo, en la privatización.

     

    Coincidiendo en el tiempo con la privatización y con el cierre de las fábricas, las restricciones al consumo del tabaco se han ido haciendo cada vez más duras. Los estudios sanitarios sobre las consecuencias de dicho consumo son demoledores Al tabaco se suman numerosas sustancias, muchas de ellas aditivas y nocivas que son ocultadas a los controles y a los propios fumadores. Poco a poco se prohíbe fumar en espacios públicos, en el trabajo, etc. pero se sigue fumando sin ocultarse mientras que el proceso de privatización y posterior cierre de las fábricas queda soterrado, se olvida y quedan desdibujadas todas las implicaciones económicas y humanas que conlleva, entre ellas la historia de las cigarreras que, con su trabajo y esfuerzo, contribuyeron a lo largo de cuatro siglos al progreso y a la historia industrial española.

    Teresa Lanceta